lunes, 4 de agosto de 2008

:-)

Dicen que a cierta edad uno comienza a cuestionarse las cosas. Pero yo no recuerdo momento de mi vida en que no lo hiciera. De chiquita recuerdo cuestionándome el mundo, sus diferencias y sus injusticias. Era simplemente mi forma de ver. Veía con dolor, sentía la tristeza en los demás. Soñaba con hacer algo para poder cambiar eso, imaginaba una gran casa donde pudiera alojar todos esos nenes en la calle, los imaginaba si padres, solos, pidiendo algo que les pudiéramos dar para calmar la herida.

Sentada en el asiento de adelante del coche de mamá con mis hermanitos atrás, esperando que viniera el tren, los miraba. Eran como yo, mi edad quizás, y otros mas chiquitos. Había una nena, recuerdo que no alcanzaba a verla, simplemente se escuchaba venir su vocecita debajo de la ventanilla. Mi mamá no quería darles plata, porque decía que en la esquina estaban unas señoras que les hacían salir a pedir para después emborracharse con ese dinero…¿Cómo sabía ella el destino de esas monedas? En cambio tenia la guantera del falcon llena de paquetes de galletitas sonrisas para dar.

Teníamos que cruzar la barrera, era una de las 2 veces al día que lo hacíamos, para ir y volver del colegio. No eran tantas pero las recuerdo bien. Si llegábamos y la barrera se cerraba frente nuestro era una maldición caída del cielo o brotada de la tierra. Mi mamá se inflaba de nervios, era como si un inminente peligro estuviera cerca, a punto de hacer su aparición. Cuando finalmente divisábamos el tren haciendo la cuerva el alma volvía a nuestros cuerpos, la melancolía en mi se serenaba y ya estábamos de vuelta del limbo, al presente, cruzándo esas vías, clac clac clac.
Que el de adelante nuestro no se detenga dejándonos ahí presos del próximo tren venidero, que la maquina no deje de funcionar justo ahí, en el primer clac, sabíamos que si eso llegara a pasar teníamos que salir corriendo y dejarla ahí, pero sin nosotros dentro. Ya había pasado, eso nos contaba mi mamá, y por eso no pasábamos la barrera cuando estaba baja, por más que atrás nuestro haya un apurado que nos obligara a pasar, -que espere- decía ella, -no voy a pasar con la barrera baja-, mientras crecía su impaciencia por estar del otro lado. Era claramente un obstáculo que debíamos pasar para comenzar y dar cierre al día.
Para mi era un momento de reflección, una pausa para volar lejos de las vías...Quizás se debiera a el efecto hipnótico del reflejo de las luces rojas y el ruido metálico que las acompañaba, ching ching ching, lo que me hacía volar lejos, lejos pero ahí.
Había una historia en cada persona que entraba en el encuadre de mi ventanilla, y yo viajaba de una en otra...historias lindas, tristes, románticas, raras.

Quería que las historias fueran todas lindas, y fantaseaba con cambiar los finales, para que todos fueran felices. Ahora pienso que quizás fuera todo genético, mientras pensaba todo eso, a mi lado, mi mamá regalaba sonrisas.